Número 11                                              Época IV                                    Mayo 2007


ARTE-CULTURA

ALBERTO BELTRÁN: el gran artista olvidado

Alberto Beltrán era un agudo observador de la vida del pueblo y se preocupó por hacer un retrato fiel de la realidad mexicana. Fue un gran conocedor de los personajes populares y las tradiciones de nuestro país. Atento a los problemas sociales, viajó por muchos rincones de la República, adentrándose en pueblos y barriadas.

Gabriela Salas Zimbrón

Hace cinco años el gremio de artistas gráficos sufrió la enorme pérdida de uno de sus más estimados miembros: Alberto Beltrán, exponente de la Escuela Mexicana. Dibujante de gran habilidad, se destacó como ilustrador, caricaturista, diseñador, fundador de periódicos y revistas, cineasta, muralista y grabador de un vasto catálogo de obras. Murió en la ciudad de México el 19 de abril de 2002.

Alberto Beltrán es un artista al que pocas veces se le ha prestado atención. Su valor como artista no ha sido apreciado debidamente. A raíz de su muerte comenzó a salir del anonimato y se fue delineando como un gran monumento artístico, digno de compararse con muchos de los grandes artistas mexicanos de su época y que recibieron las luces de los reflectores.

Tuvo la maravillosa cualidad de expresar en imágenes fieles, de una perfección admirable, el pensamiento de los escritores. Poetas, novelistas, historiadores, antropólogos, economistas y políticos le ofrecieron sus páginas, para recrearlas con prodigiosas figuras; para complementarlas con creaciones plásticas perfectas; para lograr que el pensamiento que en ellas se expresa se manifieste emotiva e intensamente, enriqueciendo con la expresión plástica las ideas contenidas en las palabras del autor.

Alberto Beltrán García nació el 22 de mayo de 1923 en el barrio de Tepito y no pudo estudiar más allá de la primaria. Con poca educación formal se desarrolló de manera autodidacta. Su facilidad para grabar y dibujar dejaba pasmados a todos sus compañeros. Decidió muy joven ser un artista del pueblo, no participar en el arte individualista de las galerías y no sucumbir en la vanidad. A los 16 años pudo ingresar a la Escuela Libre de Arte y Publicidad y después, en 1943, a la Escuela Nacional de Artes Plásticas, donde aprendió a grabar en el taller del maestro Carlos Alvarado Lang, y en el de Alfredo Zalce conoció la litografía. Este último lo vinculó al Taller de Gráfica Popular, donde participó durante catorce años creando lazos muy estrechos con Leopoldo Méndez, Pablo O'Higgins, Mariana Yampolsky y otros artistas; los más activos y contestatarios de su época. Su paso por este taller marcaría un estilo muy propio en toda su creación artística. Tuvo una producción numerosísima de grabados, dibujos y caricaturas con un corte nacionalista. Paralelamente a los trabajos de este notable grupo, Beltrán ejecutó grabados y dibujos para carteles y propaganda cultural y política que integran una obra vasta e importante.

Beltrán tuvo una amplia tarea de dibujante en los periódicos y revistas de la capital, tales como Excélsior (1942); Revista Mañana (1944); El Popular, que dirigía Alejandro Carrillo Marcor (1948), Novedades, en 1960; ese año también ingresó a la Revista Magisterio, motivado por sus ideales educacionales; en 1961 colaboró en el Diario de la Tarde y en 1962 en La Prensa. Ese mismo año, unido al equipo de Enrique Ramírez y Ramírez, ingresó a El Día como socio fundador y posteriormente como subdirector. Hasta el día de su muerte fue Presidente de su Consejo Editorial y uno de sus colaboradores más activos. Sus oportunísimos cartones en El Día dominguero, la página que tenía a su cargo en El Gallo Ilustrado, revelan su incansable actividad, excelente información que volcaba certera y oportunamente en sus ilustraciones y la finura de su arte depurado, siempre renovado y novedoso.

Su inclinación a la enseñanza, lo condujo a participar, en 1976, en la revista infantil Caminito. Colaboró con sus amigos de Jalapa en la publicación de Punto y aparte, fundada en 1978 y que aún se edita, y en la que Beltrán, además de colaborar con sus ilustraciones, escribió artículos de fondo en torno de las artes. En 2002 participaba en la edición de Agua-Cero, periódico de la Cooperativa Pascual.

Además de grabador fue periodista, caricaturista, ilustrador de libros y muralista. A lo largo de su carrera recibió numerosos galardones, como el Premio Nacional de Grabado en 1956; el primer premio de grabado en la Bienal Interamericana de Pintura y Grabado en 1968; el Premio Nacional de Periodismo en la modalidad Cartones en 1976, y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1985. Desde 1962 fue presidente honorario del Consejo Editorial del periódico El Día, del cual fue fundador, y en 1968 ingresó como miembro de la Academia de Artes. Dibujó toda su vida, sin cesar, hasta un año antes de su muerte, cuando realizó sus últimos cartones periodísticos, debilitado por un precario estado de salud, aunque no dejó de participar en las reuniones de trabajo en el Consejo Editorial del periódico. Tuvo a su cargo el Seminario Cultural durante muchos años, en el cual dirigía visitas guiadas a diferentes talleres y lugares relacionados con el arte mexicano.

Alberto Beltrán era un agudo observador de la vida del pueblo y se preocupó por hacer un retrato fiel de la realidad mexicana. Fue un gran conocedor de los personajes populares y las tradiciones de nuestro país. Atento a los problemas sociales, viajó por muchos rincones de la República, adentrándose en pueblos y barriadas, conociendo los trabajos de los artesanos, relacionándose con la gente y dibujando lo que veía. Era una especie de reportero gráfico de México. No pretendía ensalzar un modo ideal de vida, sino presentar una imagen real de lo que pasaba en el país.
 Su afán de difusor de las ideas y de la cultura que aquéllas promueven, le llevaron a editar dos periódicos de caricaturas en las que magistralmente captó los gestos y ademanes más característicos, involuntarios e inconscientes de hombres públicos, políticos, actores y actrices. El primero, surgido en 1958, fue Ahí va el golpe, evoca el ataque moral o físico que alguien va a experimentar por su conducta violenta o negligente. El segundo periódico apareció en 1960, fue El coyote emplumado. En estos periódicos Beltrán proseguía la antigua tradición surgida en Europa y luego traída a nuestra tierra de ilustrar una prensa política que combatía los excesos de los hombres en el poder o los vicios de una sociedad decadente, frívola y corrupta.

En el libro Los mexicanos se pintan solos, con textos de Ricardo Cortés Tamayo e ilustrado por él, tomó nota de las más variadas situaciones populares mexicanas, escenas de todos los días de los años cincuenta y sesenta y que se encuentran en la memoria colectiva. Cientos de imágenes hablan de situaciones conocidas, cotidianas, dibujadas con una línea juguetona, sugestiva, cargada de sentido realista.

Beltrán logra con la gestualidad corporal y facial de sus personajes comunicar toda una situación. Y describe con precisión miles de detalles característicos de una época, de un México que ya se fue. No hay mexicano que no conozca la Picardía mexicana, de Armando Jiménez, Juan Pérez Jolote, de Ricardo Pozas, de La visión de los vencidos, de Miguel León Portilla, o La ruta de Hernán Cortés, de Fernando Benítez, por nombrar unos cuantos libros, pero en realidad son muchísimos los títulos ilustrados por él. Gutierre Tibón, filólogo, al que le ilustró varios de sus trabajos antropológicos, lo consideraba como un “verdadero genio, el mejor grabador, al lado de Posada y Méndez”.

Participó además en campañas de alfabetización en diferentes entidades del país, donde ilustró las cartillas de alfabetización en lengua indígena. Este interés por trabajar con tantas comunidades lo llevó también a vincularse durante varios años al Instituto Nacional Indigenista y a la Dirección General de Arte Popular de la SEP, de la cual fue director en el régimen de Echeverría.

Veracruzano de corazón, como se decía él mismo, se sintió muy identificado con ese estado y trabajó muchos proyectos en Jalapa, en Veracruz y en San Andrés Tuxtla. En esta entidad dejó varios murales hechos con base en mosaico, un vitral monumental en el edificio del Registro Civil en el puerto de Veracruz y fue director de la Escuela Libre de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana.

De cuerpo mediano, de lento pero incansable caminar y acompañado eternamente por un morral en el que llevaba cuadernos, dibujos, periódicos, crayones, lápices y piezas de arte popular. Era un hombre liberal con una visión de izquierda en lo tocante a su trabajo, y conservador y discreto en su vida personal: contradictorio y humano. De hecho no le gustaba hablar de su vida amorosa. "Yo estoy casado con mi obra", decía, "mi vida matrimonial no importa, lo importante es mi trabajo, lo que puedo hacer por mi país".

No tuvo hijos y más bien fue una persona solitaria, que acudía siempre solo a los eventos sociales, que no le gustaba figurar demasiado. Tímido, sencillo o prudente, pero Beltrán no gustaba de ser el centro de atracción. Era más bien discreto, no se sentía cómodo cuando lo apuntaban los reflectores, huía del estrellato en público y, por tanto, era difícil hacerle un homenaje o celebrarle un evento.

En el aspecto económico, fiel a las convicciones formadas desde el Taller de Gráfica Popular, nunca vendió un solo grabado, y de los libros que ilustraba no siempre cobraba por su trabajo. Muchos de sus trabajos oficiales, como los libros de texto, las cartillas de alfabetización, los libros que tuvieron una circulación comercial, etcétera, o las actividades que desempeñó en cargos públicos, todos fueron retribuidos, pero en muchísimas ocasiones realizó proyectos para amigos o para causas nobles los cuales no cobró. No se consideraba un artista que viviera del arte, sino que como grabador le interesaba retratar y difundir la realidad social de su país, denunciarla, y en ese rubro no entraba la idea de comerciar con su obra.

Su labor tenaz, callada, recia y sin tregua le mereció obtener el primer premio de Carteles de Alfabetización en 1953; en 1956 el premio Nacional de Grabado; en 1968, el primer premio de grabado en la Primera Bienal Interamericana de pintura y grabado; en 1976, el Premio Nacional de Periodismo en la rama de ilustradores; y en 1985 el Premio Nacional en Bellas Artes. Fuera de estos galardones recibió dos grandes distinciones académicas: el ser designado, en 1968, Miembro de la Academia de Artes; y en 1980, haber ingresado al Seminario de Cultura Mexicana en el cual realizó extraordinaria labor por todo el país.

Hombre austero, quizá por sus principios de izquierda llevó siempre una vida sumamente sencilla, sin gastos excesivos y las cantidades recibidas por los premios nacionales así como la mayor parte de sus percepciones por sueldo o pago de honorarios las ahorró casi íntegramente, con lo que pudo acumular una suma considerable de la que nunca dispuso.

Preocupado siempre por los jóvenes, el maestro gustaba de hablar con ellos, asesorarlos, aconsejarlos en su formación artística. La idea de fomentar la educación artística con más fuerza para formar artistas mexicanos estuvo presente en su relación con los jóvenes e identificado profundamente con el estado de Veracruz, acarició durante años la idea de formar un fideicomiso que apoyara a los niños con aptitudes artísticas en San Andrés Tuxtla, para otorgarles becas que les permitieran desarrollarse; idea que le llevó a vivir con los mínimos gastos, sin hacer uso de su patrimonio que conservaba en el banco. Muy reservado para gastar en sí mismo, en la última etapa de su vida se acogió a la protección que recibió por parte de amigos que aportaban recursos para solventar sus gastos médicos, como el de la operación de corazón que tuvo dos años antes de morir y su posterior estancia en un hotel en las cercanías de Teotihuacan, donde el maestro se quedó durante un mes para recuperarse tras la operación.

Esta estancia fue de suma importancia para Beltrán, pues el lugar y el contacto con el mundo prehispánico –pudo ver de cerca muchas partes poco conocidas de Teotihuacan, así como las actividades de los artesanos– le influyeron sobremanera para inyectarle vida nuevamente. El maestro recuperó energía y ganas de vivir, que le sirvieron para seguir adelante un par de años más. De otra manera quizá no se hubiera podido recuperar de la experiencia de la operación.

Posteriormente Beltrán se hospedó en el Club de Periodistas, en la Posada que tienen en la planta alta de su edificio sede para albergar a aquellos periodistas de edad mayor que lo requieran. Terminó sus días en otro espacio otorgado por el periódico El Día, donde trabajó durante años y al cual consideraba su casa. Este apoyo económico fue muy importante para continuar con su proyecto de crear el fondo para el apoyo de artistas; sin embargo, al final, debilitado y confundido, mal asesorado por el banco en el que tenía su inversión, dudó del procedimiento a seguir en la formación legal del fideicomiso y ya no realizó los trámites necesarios, por lo que el proyecto no se pudo llevar a cabo. No obstante, se sabe que dejó un patrimonio considerable que deberá seguir su curso legal para tomar la forma de herencia para sus familiares más cercanos.

En el último año de su vida se hicieron dos o tres exposiciones en honor al maestro, pero fue difícil reunir material en buenas condiciones para su exhibición; tal es el caso de la exposición que se hizo en la Casa de la Cultura de la Universidad del Estado de México, en Tlalpan, donde muchas obras tuvieron que ser expuestas en fotocopia, pues los originales se han perdido. Lo mismo sucedió para una exposición en el Metro Zócalo y otra en el Instituto de Geografía e Historia, donde se exhibieron obras en mal estado y mal enmarcadas.

No se sabe a ciencia cierta cuánta obra dejó ni dónde está. Una parte la donó a la UNAM, pero no se tiene la certeza del número y las características de cada una de las obras; otra parte importante debe de estar en los archivos del Taller de Gráfica Popular, así como las placas de sus grabados; hay quien tiene colección de sus libros ilustrados, pero probablemente no se tienen todos. En sus convicciones estaba no comerciar con su obra y en ese tenor habría que dirigir la investigación. Es importantísimo localizar la totalidad de las obras, hacer una relación de ellas, reunirlas y establecer un lugar donde ubicarlas, de preferencia en una institución pública, para que el legado del maestro Beltrán pueda ser consultado por cualquier interesado en la materia y se conserve a salvo del comercio y de la especulación, tal y como fue concebida desde sus orígenes.

Alberto Beltrán falleció a las 9:50 horas en el hospital López Mateos del ISSSTE a consecuencia de un infarto cerebral en la Ciudad de México el viernes 19 de abril de 2002. Tenía 79 años. Beltrán, antes de caer en un estado de inconsciencia dos días antes de su muerte, reiteró su deseo de que su aporte como artista estuviera a la disposición de las siguientes generaciones y que les sirviera de formación. Ya que en repetidas ocasiones había expresado su desacuerdo con los programas oficiales de educación que no estimulaban la sensibilidad hacia el arte, en especial las artes plásticas.

 Para el pintor y grabador Arturo García Bustos, miembro de la sección de gráfica de la Academia de Artes, Beltrán fue heredero de José Guadalupe Posada y Leopoldo Méndez: ''Junto con tantos maestros del pasado enriqueció la conciencia del pueblo mexicano con sus obras. Tuvo una preocupación social y su fuente de inspiración era el anhelo de un México mejor, más hermoso y más justo

CENTRO DE INFORMACIÓN Y DOCUMENTACIÓN ALBERTO BELTRÁN

 

En 1971, año en que se crea la Dirección General de Arte Popular (DGAP) de la Secretaría de Educación Pública (SEP), el Maestro Alberto Beltrán García (tlacuilo: artista anónimo del pueblo) grabador, luchador social, defensor de la educación para el pueblo, impulsor del estudio y reconocimiento del arte popular, funda una institución única en su género basada en el estudio, investigación, difusión y resguardo de las manifestaciones culturales de los diversos grupos de la sociedad mexicana.
 Los resultados de las investigaciones de aquellos pioneros de la cultura popular comenzaron a generar libros, folletos, boletines, fichas de trabajo de campo, documentos diversos, todos de gran valía, con los que se empezó a formar el Archivo de las Tradiciones y el Arte Popular.

A partir de 1978, se ha conformado un Centro de Información y Documentación especializado en las culturas populares e indígenas del país, significando esfuerzo, historia, logros, aportaciones, procesos, actores, creadores, manifestaciones, ideas, conocimientos, investigaciones, legados, es decir, memoria materializada en los acervos del CID a más de un cuarto de siglo. Larga trayectoria en la que el CID ha atravesado por diversos momentos y complejos procesos de estructuración, organización y actualización, que si bien es cierto no terminan, pues son un reto constante, también es cierto, que hoy nos permiten contar con un invaluable patrimonio documental que es fuente inagotable de estudio y de consulta obligada para cualquiera que se interese en la riqueza de las diversas expresiones culturales populares e indígenas que son la raíz más profunda de nuestra identidad.
 El objetivo general del CID es resguardar, recopilar, sistematizar, enriquecer y difundir la riqueza de los materiales contenidos en los acervos que lo integran, fortaleciendo la concepción del centro especializado a través de la documentación del quehacer institucional y que sobre los actores, creadores y procesos de la cultura y el arte popular se generan en el país.