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CUADERNOS DE EDUCACIÓN SINDICAL # 29

EL CUENTISTA
HORACIO QUIROGA

 
   

 

Secretario General: Nicolás Olivos Cuéllar
Secretario de Prensa y Propaganda: Alberto Pulido Aranda

Presentación

Horacio Quiroga: Su vida estuvo marcada por la tragedia desde su juventud, se extendió a su vida de casado. De nacionalidad uruguaya, Quiroga nació en la ciudad De Salto. Sus estudios los realizó en Montevideo hasta llegar al nivel universitario.

   
     

 

Su obra literaria comienza en 1904, con "El crimen del otro" y termina en lo que se refiere a obras publicadas en 1935 con el "Más allá".

Con frecuencia su literatura refleja su vida personal, pero también la influencia que recibió de Kipling y Edgar Alan Poe.

Con este trabajo se continúa la labor de la Secretaria de Prensa y Propaganda del Sindicato, en el sentido de presentar a los trabajadores temas tan variados como se puede comprobar en el listado de los Cuadernos de Comunicación Sindical.

Esperanza Paredes

El Cuentista

Adquirida, con nitidez y seguridad, la conciencia de su vocación, y fiel a ella, Quiroga es un artista laborioso, perseverante y austero que ama su arte. Propiamente no fue nunca para él un medio de vida sino una consciente razón de ser enraizada en su persona, a lo que, como secundaria añadidura, podía acompañar la popularidad y la eventual y siempre mezquina remuneración económica. En el transcurso de unos treinta años, escribió y publicó, en periódicos y revistas, más de doscientos cuentos. Un poco al caso, prescindiendo de la cronología y ateniéndose en lo posible a la unidad de caracteres artísticos, los coleccionó en libros: B crimen del otro (1904); Los perseguidos (1ro5); Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917); Cuentos de la selva, para los niños (1918); El salvaje (1920); Anaconda (1921); el desierto (1924); La gallina degollada (1925); Los desterrados (1926); Más allá I(1935).

Amaba y respetaba su trabajo literario, lo sentía como necesidad de su espíritu, hermanándolo con el trabajo manual, con sus variadas artesanías; y cuando la vida social lo perturbaba y oprimía, refugiábase en la selva, y ésta devolvíale la serenidad perdida. El trabajo anchamente concebido y sentido es para él una especie de religión creadora, con sus principios y sus ritos. Hacer, amigo mío. Somos hombres; no hay que olvidarlo, dice a su amigo fraternal Ezequiel Martínez Estrada. (El hermano Quiroga, XI.) No hay que añadir que por tan poderosos motivos, libre de frivolidad y del egoísta profesionalismo, constituye Quiroga un caso de excepcional ejemplaridad del escritor entregado al puro cumplimiento de su misión social y humana.

Se ha señalado en sus relatos su falta de interés en el destino de sus personajes; pero lo cierto es que esa falta de solidaridad emotiva con los seres del mundo de sus creaciones es sólo un requisito de objetividad para servir al hombre, presentándole, con el relieve del arte, la íntima realidad de su vida, muchas veces estilizada o rehecha a la luz transformadora de la fantasía. Por eso, la narración quiroguiana es siempre humanamente formativa por medio de la intensa y desnuda emoción estética que produce. Por eso es perdurable lo mejor de ella, porque ahí está el hombre con su complejidad y las proyecciones de su fantasía, con las incertidumbres de su destino terrestre y los seres que lo rodean en el devenir de la Naturaleza.

La crítica del cuentista tiene que ser la historia de su empeñoso trabajo para alcanzar el dominio artístico de la forma más intensa de la narración imaginativa. Y como es natural, arduo y prolongado tuvo que ser el esfuerzo, guiado por una exigente autocrítica que se torna más y más lúcida.

Cierto afán clasificacionista de los críticos, que suele conducir al establecimiento de esquemas cerrados, ha dividido la evolución del cuento de Quiroga en períodos, y pueden aceptarse, con tal que se distinga cada uno, no por tener caracteres exclusivos, sino dominantes.

Hechos decisivos de su vida determinan tres etapas: el primer período que comienza en 1901 con los gérmenes de narración de L os arrecifes de coral, período de formación y de ascenso que termina en su establecimiento en Buenos Aires en 1916. En aproximadamente quince años, el autor cultiva el cuento de estudiado efecto de horror a la manera de Poe, que es entonces su modelo preferido, como en el almohadón de plumas (1007), y La gallina degollada (1909), ambos publicados en Caras y Caretas y recogidos después en Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917).

La influencia de Poe comienza siendo absorbente, de lo que es ejemplo típico el crimen del otro (1904), que sigue las normas y detalles de técnica de El tonel de amontillado del cuentista norteamericano. Esta influencia y la posterior de grandes narradores, Maupassant, Chejov, Kipling, que los convierten en un técnico del cuento, van cediendo a la integración de la obra personal con el descubrimiento y captación del tema literario de la selva.

Así persiste, aunque decreciendo, la técnica aprendida en otros autores, y se desarrolla a su vez la expresión personal en el tratamiento del motivo de la vida en Misiones, como se observa en el curso de la producción de aquellos años, La insolación (1908); A la deriva (1912); Los pescadores de vigas (1913); Los mensú (1914); Una bofetada (enero de 1916); y acaso La miel silvestre, seguramente anterior a 1917, caso muy expresivo de elaboración técnica y de materia de la vida en Misiones.

El segundo período, el de su más copiosa y valiosa producción y de mayor estabilidad y relativo bienestar de su vida, comprende los años de su larga permanencia en Buenos Aires, desde fines de 1916 hasta que, después de su segundo matrimonio, que habría de ser de muy perturbadoras consecuencias para él, regresa a Misiones, en 1932. Son los tiempos culminantes del gran cuentista de trabajado estilo personal, cuya producción abundante parece escindirse entonces en tres direcciones: el tratamiento del motivo de la vida selvática captada en términos de impresionante y trascendente dramatismo, como en a hombre muerto (1920); a desierto (1923). Pueden incorporarse a esta sección aquellos cuentos en los que la vida en la selva se enlaza con elementos auto biográficos concretos más que esenciales, como en Los fabricantes de carbón (1918); Techo de incienso (1922); Los destiladores de naranja (1923).

El segundo grupo de este período puede constituirse con relatos en los que la técnica llega a su más alto grado de perfeccionamiento, y es, por eso, elemento característico diferenciador. Son ejemplos excelentes de técnica narrativa y de selección del contenido, ya sea la vida en Misiones, las anormalidades sicol6gicas o motivos de creación imaginativa, Miss Dorothy Phillips, mi esposa (1919); el síncope blanco (1920); B hombre muerto (1920); Juan Darién (1920); el desierto (1923); Más allá (1925); el conductor del rápido (1926); y el caso admirable, no superado, de el hijo (1928), primeramente publicado con el título de El padre, en La Nación, y. recogido después con el título con que se le conoce, en la colección Más allá (1935).

El tercer grupo de este período lo forman sus excelentes relatos para los niños recogidos en sus Cuentos de la selva (1917), entre los que sobresalen El loro pelado y especialmente La abeja haragana.

El tercer período es de producción escasa y sin relieve, lo que correspondía a la decadencia física y las angustiosas preocupaciones del hombre en su permanencia final en Misiones, en San Ignacio. Se inicia con un comentario autobiográfico, el regreso a la se/va publicado en La Nación, el 4 de diciembre de 1932- a lo que sólo se puede añadir una media docena de cuentos correspondientes al año 1935, precursores del silencio definitivo del gran escritor. La compilación postrera que entonces publica, Más allá (1935); lleva un nombre de aciagas premoniciones.

El alejamiento de la literatura de imitación libresca de lo modernista pone a Quiroga en la vía hacia el descubrimiento de su ser auténtico, que espontáneamente aflora en contacto con la Naturaleza bravía del Chaco, y que en Misiones, en San Ignacio, pueblo penetrado de selva, se le transforma en fuerza fascinante, dominadora de su persona y de lo más genuino y perdurable de su creación. Desde este punto de vista, es una especie de anti-Sarmiento que detesta la civilización en cuanto tiene ésta de falsificación de! hombre, y en cuanto la barbarie no lo es, sino significa humanización, vuelta del hombre a las primitivas fuentes de lo más auténtico de su personalidad. De este modo, es él, en el seno de la vida social urbana, un crónico, irremediable desadaptado, y un amante de la vida intensa al sumergirse en aquel mundo de fuerzas naturales intactas y de seres primitivos sin artificios de civilización ni coercitivas disciplinas de cultura.

Como no se trataba de una vuelta al romántico, imaginativo nouveau sauvage de antaño, sino de un arte de contenido, de escuelas vivencias de lo primitivo, hombre y naturaleza, la obra de Quiroga fue admirable sólo por adeptos que pasaron de la afinidad a la comprensiva admiración; pero no pudo ser justamente valorada por los críticos y creadores de la literatura culta, para quienes la tradición de la forma y los puntos de vista de la cultura heredada eran requisitos, supuestos inviolables de la creación artística. Y para colmo, Quiroga, con cierta actitud desafiante, exageró la desatención de la forma, y ostentó como una divisa su impávido primitivismo. A. su muerte, quienes se le contraponían, pertenecientes a su generación o a la que entonces se iniciaba, en lugar de aceptar la reivindicativa revisión de valores del escritor desaparecido, adoptaron una actitud más pasivamente tolerante que comprensiva.

Y si la revista Sur publicó un ponderado elogio del narrador y del hombre por Ezequiel Martínez Estrada, la redacción de la conocida publicación, a pesar de lo poco oportuno del momento, se sintió obligada a consignar el criterio diferente del arte de escribir que la separaba del excelente cuentista que acababa de morir. El hecho era claramente significativo. Quiroga había roto, en efecto, con lo usual de la generalidad de sus contemporáneos; pero -hoy lo podemos decir- no con la posteridad.

Quiroga se fugó de los dominios del arte modernista, que eran para él como una cárcel de su rebeldía; pero no fue para refugiarse en ninguna de las formas realistas del regionalismo pintoresco hispanoamericano, que victoriosamente comenzaban a difundirse en su tiempo.

Entre estas corrientes literarias contrapuestas, sin poder gozar de la franca simpatía y de la fácil comprensión de los partidarios de ninguna de las dos, cultiva y perfecciona su arte independiente, inconfundiblemente personal, de cuentista, en un medio literario en el que el poema o la novela eran las únicas vías mayores abiertas a los triunfos de la celebridad.

Contrariamente a lo que ocurre a los grandes autores hispanoamericanos de su época, Quiroga es un escritor que, además de ser cuentista, se acercó a la lírica, a la novela y al teatro. Su primer valor característico es hacer del cuento, comunicándole desnuda naturalidad y vitalidad poderosa, una especie de creación literaria, por su entidad y calidad, apta para servir de fundamento a la celebridad perdurable que hasta entonces parecía patrimonio exclusivo de los grandes líricos, dramaturgos, novelistas y ensayistas.

Más que dividir su obra en secciones transversales, siguiendo su evolución cronológica, parece preferible hacer la división longitudinalmente en dos tipos de relatos de paralelo aunque diferente desarrollo: el cuento literario inspirado en modelos reconocibles y expresamente reconocidos por el autor, y el conjunto más numeroso que, a falta de término más apropiado, pudiera denominarse de cuentos naturales, de estilo personal, espontáneo, por su materia, llamados por Quiroga cuentos del monte, clases de las que, por razón de la finalidad específica, puede diferenciarse una tercera, la de los cuentos de la selva para niños.

Pero esta clasificación, lo mismo que la meramente cronológica, no puede establecer grupos de relatos con caracteres exclusivos, sino que se funda en notas predominantes, que, en cada caso, no excluyen, aunque con función secundaria, lo propio de las otras agrupaciones. Lo que se quiere precisar es que hay cuentos en los que la técnica es lo característico diferenciador, técnica derivada de la de un modelo, que Quiroga progresivamente hace suya; y cuentos en los que la materia, el dramatismo de la vida en Misiones, del hombre convertido en ser primitivo en el torbellino de las fuerzas naturales, es lo distintivo dominante, mientras que los cuentos para niños, en su concreta finalidad, de tan difícil consecución, felizmente lograda, tienen su carácter diferenciador. Lo que hemos llamado cuentos literarios son cuentos diferenciables por lo predominante de la técnica de la narración. Se distinguen por la intensidad de su contenido, y también pudiera llamarse cuentos de ambiente, si se despoja a este último término de todas las referencias a lo pintoresco que usual- mente acompañan a lo considerado como ambiental.

Los cuentos literarios o de técnica en muy laborioso y prolongado perfeccionamiento conducen al lector hacia un fin imprevisible o incierto para éste, y son, por eso, cuentos de efecto. En menor o mayor grado, el contenido se presenta gobernado por la estrategia y la táctica de la narración. En los primeros tiempos, abundan los cuentos de esta clase; pero después la técnica va siendo dominada por la intensidad dramática del contenido.

Es éste el proceso que puede advertirse en la serie que forman el almohadón de plumas (1907); La insolación (1908); La gallilna degollada (1909); Una bofetada (1916); el síncope blanco (1920); Juan Darién (1920); El hombre muerto (1920); Anaconda (1921); El regreso de Anaconda (1925); B conductor del rápido (1926). Con respecto a esta serie, de la que son ejemplos notables las piezas anteriores, importa observar que la técnica tiende a ir perdiendo su predominio sobre el contenido del relato, mientras que éste, en los casos de anormalidad sicológica -Los perseguidos, La gallina degollada- se convierte, no en motivo básico de análisis, sino en circunstancia el servicio de los efectos de la técnica narrativa. Y perfeccionada ésta, es sólo elemento subsidiario del proceso del drama enmarcado por lo grandioso e inexorable de la Naturaleza, en obras sobresalientes, como A la deriva (1912); La miel silvestre (1912); Los mensú (1914); y los casos particularmente admirables de el desierto (1923), y El hijo (1928).

La lucidez de una exigente autocrítica permite a Quiroga orientar su abnegada laboriosidad y conseguir el dominio del arte del cuento de modo que parece ser la cabal realización de su decálogo del perfecto cuentista. Todo lo superfluo, que es lo que no comunica intensidad al relato, paisaje, costumbres, episodios o divagaciones, todo lo ornamental, desaparece. Y la acción, en suspenso, que suele ser sobrecogedor, de tensión reforzada por precisos detalles significativos, marcha directamente hacia el esperado desenlace, imprevisible y sorprendente en sí o en la manera de producirse. Es un arte liberado de recursos retóricos, hasta de preocupaciones idiomáticas, cuadros sobrios y fuertes del proceso natural del hombre ligado a sus tres grandes motivos, el amor, la locura y la muerte, el drama humano en lo grandioso e inexorable de la Naturaleza.

El dominio de la narración imaginativa en la síntesis e intensidad del cuento permite a Quiroga pasar del relato trágico al de delicada y atractiva naturalidad adaptable a la sicología infantil, especie difícil por la sencillez expresiva de sus recursos artísticos y la requerida habilidad para insertar el implícito mensaje moral. Muestra la maestría y flexibilidad de su talento su transformación en el autor de los Cuentos de la selva para niños (1918), amenos y sugeridores relatos como el de El loro pelado, o como La abeja haragana, admirable lección poética, impregnada de sobria ternura y de atractiva insinuación, de amor al trabajo.

Habiendo en los cuentos de Quiroga literatura y autobiografía, lo que les da entidad y valor es el arte original, independiente, del autor. El no crea, como en el caso, por ejemplo, de Ricardo Palma y la tradición, una nueva especie literaria, sino que a una de ellas, el cuento, de abolengo milenario y variedades modernas muy numerosas, le comunica, con los caracteres de un estilo inconfundible, de insólita simplicidad y vigor, una visión e interpretación directa y original del mundo, sin la interposición de doctrinas y tendencias entre el artista y la vida. Aunque fue hombre de muy abundantes lecturas y de vehementes adhesiones literarias, a medida que evoluciona, cuando escribe es él y su mundo elemental, incontaminado, sin lo predeterminado de estilos, doctrinas y tendencias, lo que anima y singulariza su obra. Por eso, por su originalidad tan laboriosa y tenazmente creadora, sus proclamados antecedentes fueron, en realidad, sólo sus estímulos, como sólo estímulo, no modelo inmediato, puede ser él para la posteridad dentro del ámbito de las letras hispanoamericanas. Si se deshizo muy pronto del cuento artístico ligado en lo esencial a los primores de la forma, no fue para adherirse al realismo documental o pintoresco, nativismo, criollismo más o menos loca lista. El material narrativo de sus cuentos más famosos y valiosos está tomado de una región de las selvas americanas; pero el arte del cuentista, por la pespectiva de su interpretación, universaliza sus asuntos, al dar a los personajes y al drama que viven, puro sentido humano. Su obra encierra una lección de sobriedad, de necesaria superación de lo anecdótico y pintoresco, de superación y tenacidad en el trabajo, de arte trascendente y esencializador, en el que la forma es elemento ancilar en la expresión del contenido humano, en la manifestación de esencia y sentido que la vida demanda del artista. Hay maestría en el empleo de lo imaginativo real y de lo imaginativo fantástico, con frecuencia combinados con inesperadas y felices transiciones, y es cualidad predominante y mas caracterizadora el no haber señal del meticuloso e incesante trabajo del cuentista, ni su narración pierde su virtud más preciada, la parquedad de sus recursos, la sencillez y naturalidad en la consecución de lo trascendente.

LOS INMIGRANTES

El hombre y la mujer caminaban desde las cuatro de la mañana. El tiempo, descompuesto en asfixiante calma de tormenta, tornaba aún más pesado el vaho nitroso del estero. La lluvia cayó por fin, y durante una hora la pareja, calada hasta los huesos, avanzó obstinadamente.

El agua cesó. El hombre y la mujer se miraron entonces con angustiosa desesperanza.
-¿Tienes fuerzas para caminar un rato aún?
-dijo él- Tal vez alcancemos...
La mujer, lívida y con profundas ojeras, sacudió la cabeza.
-Vamos -repuso, prosiguiendo el camino.
Pero al rato se detuvo, cogiéndose crispada de una rama. El hombre que iba delante, se volvió al oír el gemido.
-¡No puedo más!... -murmuró ella con la boca torcida y empapada en sudor-. ¡Ay Dios mío!

El hombre, tras una larga mirada a su alrededor, se convenció de que nada podían hacer. Su mujer estaba encinta. Entonces, sin saber dónde ponía los pies, alucinado de excesiva fatalidad, el hombre cortó ramas, tendiólas en el suelo y acostó a su mujer encima. El se sentó a la cabecera, colocando sobre sus piernas la cabeza de aquélla.

Pasó un cuarto de hora en silencio. Luego la mujer se estremeció hondamente y fue menester en seguida toda la fuerza maciza del hombre para contener aquel cuerpo proyectado violentamente a todos lados por la eclampsia.

Pasado el ataque, él quedó un rato aún sobre su mujer, cuyos brazos sujetaba en tierra con las rodillas. Al fin se incorporó, alejóse unos pasos vacilante, se dio un puñetazo en la frente y tornó a colocar sobre sus piernas la cabeza de su mujer, sumida ahora en profundo sopor.

Hubo otro ataque de eclampsia, del cual la mujer salió más inerte. Al rato tuvo otro, pero al concluir éste, la vida concluyó también.

El hombre lo notó cuando aún estaba a horcajadas sobre su mujer, sumando todas sus fuerzas para contener las convulsiones. Quedó aterrado, fijos los ojos en la bullente espuma de la boca, cuyas burbujas sanguinolentas se iban ahora rezumiendo en la negra cavidad.

Sin saber lo que hacía, le tocó la mandíbula con el dedo.

-ICarlota! -dijo con una voz blanca, que no tenía entonación alguna. El sonido de sus palabras lo volvió a sí, e incorporándose entonces miró a todas partes con ojos extraviados.


CUADERNOS YA EDITADOS
l. "Muero como viví ¿Cómo decirles Adiós? Seis Cartas de Vanzetti.
2. "Historia del Primero de Mayo". (primera Edición).
3. "Carlos Marx 1883-1983" Recopilación.
4. "Bertolt Brecht: Intelectual Comprometido".
S. "Agresiones Armadas Yanquis contra México". Cronología.
6. "Las Calles de México". Luis González Obregón.
7. "El Asalto a San Bruno". Alberto Pulildo A.
8. "Zapata y Villa en la Ciudad de México". J. Grigulevich.
9. "El Rock y su Contenido Social".
10. "Un día Dos de Octubre de 1968". Antología.
11. "Rubén Jaramillo. Un Profeta Olvidado". Raúl Macín.
12. "De Indios y Vaqueros".
13. "Sandino y Nicaragua".
14. "Rajatab1a". Luis Brito García.
15. "Historia del Primero de Mayo". (Segunda Edición).
16. "Manuel Buendía: un hombre, una huella, un ejemplo" Francisco Martínez de la Vega.
17. "Cuentos para niflos sobre Derechos Humanos". (Antología). Marco A. Sagastume.
18. "RENATOgramas de LEDUD". Recopilación.
19. "La línea dura en el Rock". Alberto Pulido A.
20. "El Mexicano". Jack London.
21. "Los Wobblies, Activistas Sindicales". Morais Boyer.
22. "Los Literatos Malditos". Antología.
23. "Una modesta proposición". Jonathan Swift.
24. "150 Frases Célebres". Recop. de Alberto Pulido A.
25. "París la Revolución de Mayo". Carlos Fuentes.
26. "El Movimiento del 68 en la Poesía". Recopilación de Alberto Pulido A.
27. "Los Mensajes del Blues". Recop. de Alberto Pulido.
28. "El Ajedrez en la Literatura". Recop. Fernando Contreras G.
29. "El Cuentista" Horacio Quiroga. Esperanza Paredes.