CUADERNOS DE EDUCACIÓN SINDICAL # 38 LA CADAVERICA
Y EL MEXICANO |
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Secretario
General: Nicolás Olivos Cuéllar Distribución
Gratuita
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Presentación Tenemos la impresión que ahora ya hay pocos que piensen de manera detenida, como lo hace Antonio Muñoz, que la realidad existe. Puede ésta estar personalizada o inmediata, pero ahí están. Son los tiempos de los churrumais, el circo y el consumismo. ¿A quién le importa que la realidad exista o no?, de todas maneras ahí andamos. La Muerte en México es parte de la vida, y no se diga de la cultura: música, teatro, cine, leyenda, magia, filosofía, religión. Es todo eso y más: ES la Muerte. O para decirlo en el más exigente requerimiento filosófico: la Muerte ES. En una tierra de contrastes vitales como México, la Muerte no es la negación de la Vida sino la sombra que modela la fotografía. Con la pura luz no habría retrato. Si el Mictlán oscuro está en el sota no se trata de una pura disposición topográfica, no es la nada ni tampoco se trata de alguna escondida metáfora. Cuando los mexicanos escucharon por primera vez, hace 500 años, que la Muerte armada de guadaña llega por la maldad y el pecado, se apresuraron a creer en la biología o en algún sistema racionalista. Todo menos eso que más bien huele a conquista política. Todo el edificio filosófico, y no se diga el teológicoo, de occidente, se apoya en este sistema de la recompensa para unos y de castigo para otros. Es un ramoneo filosófico que ha castigado a una gran parte de la humanidad durante varios miles de años. Pensar que una figura zoomorfa, con guadaña en mano, anda buscando hasta por debajo de las piedras para darnos nuestro merecido, es como para creer hasta en los astros como seres superiores rectores de la vida de los humanos o en la cadena de vidas sucesivas expurgatorias o lo que sea. En México no necesitamos enredarnos en semejantes temas. Basta esperar el próximo 2 de noviembre para presenciar cómo se encienden las veladoras para los descarnados habitantes de Mictlán. Y nadie le prende veladoras a algo que piensa que no existe. En México la Muerte nos asusta, nos divierte, hacemos duelo de albures de pulquería con Ella, es nuestra comadre, ES. Antonio Muñoz Murguía, trabajador de la Dirección General de Obras, nos ofrece el resultado de una investigación por demás fascinante. Hace unos meses, que por alguna circunstancia, ambos asistimos a una exhumación y presenciamos cómo los empleados del panteón San Lorenzo Tezonco sacaban los huesos del cadáver, con delicadeza y minuciosidad que parecería más bien que estaban tratando con alguien que todavía tuviera vida instintiva. Pienso que ese fue el momento que Antonio Muñoz empezó a escribir el presente trabajo. Armando
Altamira G. Existen pocos países en la tierra que ofrezcan tan extraordinario contraste, tanta diversidad de fuertes y típicos colores, tan perdurables y gratísimas sensaciones de belleza. Muchos topónimos que den relación con el pensamiento religioso de los aztecas, dejando sentir en ocasiones la intención de ocultar su verdadera significación, que una vez descubierta su naturaleza mítica ensanchan conocimientos de ritual prehispánico. En Tenochtitlán, la edad presente. Quinta de la serie de los soles que habían existido, estaba en peligro de terminar también por un cataclismo. El pueblo del sol se arrogó entonces, la misión de impedir este trágico fin. Si los dioses habían vuelto a crear a los hombres con la sangre de sus sacrificios, ofreciendo a su vez los humanos el líquido precioso de su propia sangre, podían fortalecer la vida del sol y mantener así la existencia de esta quinta edad de movimiento. Para los prehispánicos existían dos series distintas de ritos funerarios: la cremación, el entierro. Se enterraba a todos los que morían ahogados o azotados por un rayo, los leprosos, en si todos los que los dioses del agua escogían. Las mujeres muertas durante el parto y divinizadas eran sepultadas en el patio del templo de las Cihuapipiltzin. Todos los demás muertos eran incinerados. Las dos series de ritos que practicaban los antiguos coexistían y la elección de la familia venía a quedar determinada únicamente por el género de la muerte. Los muertos consagrado, más allá de la muerte tenían un porvenir, que los dioses les habían escogido. Los "caballeros águila", "las mujeres valientes", iban a disfrutar de la alegría luminosa. Se consideraba que la gran parte de la población que moría se reunía debajo de la tierra, en el mundo oscuro de Mictlán. Para que el camino fuera más fácil, se le daba un acompañante, un perro, el cual se mataba e incineraba junto a él. Se incineraban ofrendas a los ochenta días después de los funerales, se creía que a los cuatro años había llegado al fin de su tenebroso y tortuoso viaje. A partir de ahí era cuando realmente ocupaba su lugar entre los muertos; había llegado al "noveno infierno", al último círculo de Mictlán, lugar de su eterno reposo. Tendría que llegar el día fatídico, la conquista territorial y espiritual de nuestros pueblos. El pretexto de los conquistadores fue meter al aro religioso a nuestros antepasados y desde allí encaminarlos a la salvación eterna. El engaño colonialista consistía en quedar sometidos al imperio cuya prudencia, virtud y religión, los han de convertir en "seres humanos", en "hombres civilizados"; de torpes y libidinosos, en probos y honrados, de impíos y siervos de los demonios, en cristianos y adoradores del verdadero Dios, para que alcancen la salvación trascendente. Desde el primer momento de tocar tierra el descubridor de América, mostró la que sería la religión que iba a imperar, porque el vencedor somete; el ángel de la anunciación del nuevo mundo fue: Isaías. “Que para la ejecución de la empresa de las Indias, no me aprovecho razón, ni matemáticas, ni mapamundos: llanamente se cumplió lo que dijo" -Isaías. Así, es que nunca los prehispánicos habían podido creer que un enorme imperio, que desde la costa del Golfo, a la del Pacífico, desde las estepas desérticas del norte hasta las selvas tórridas del Istmo, fueran derrumbados su imperio, su cultura, su arte y sus dioses. El mexicano, siempre en la búsqueda de lo nacionalista, ha recurrido a diferentes formas de interpretar la muerte, y tendría que ser hasta finales del siglo XVIII, y principios del XIX, cuando los artistas entran en los secretos más recónditos del pueblo para extraerle el concepto que tienen de la muerte. La superstición, el miedo, el terror ante los hechos sobrenaturales, en donde siempre la imaginación encuentra al Diablo. Temor al Diablo, desprecio a la muerte. El paso fatal de los mortales a las fronteras de la muerte no debe intimidar al hombre. Porque el más allá... es sólo un montón de huesos en la sexta clase de los cementerios. jQué siga la fiesta y que circule más vino! gritaban los esqueletos de mondas calaveras, mientras un difunto arpista desgrana el preludio del jarabe que dos buenos compradores, alegres por haberse encontrado en ultratumba, van a festejar. El pueblo mexicano, compone corridos a sus muertos, ya sea al parrandero, a la infiel, al suicida, al matón, al desgraciado y por qué no hasta a la misma muerte. En gran parte del país las ofrendas se caracterizan por colocar frutas de la estación, pan en forma de personas, dándole un parecido a los huesos humanos, bebidas alcohólicas y comida de la que gustaba en vida e] difunto, así la flor de cempasúchitl y las aromáticas como el nardo. En los mercados abundan las calaveras que en la frente aparece su nombre, las hay de dulce también de chocolate, incienso de copal, la venta de calabaza y el rico camote. Los niños en las calles corriendo en busca de alguien que le de su calavera. Las flores y la muerte, obsesiones gemelas, adornan toda la poesía prehispánica con luces y sus sombras. ¡Ah!
si se viviera siempre, si nunca se muriera! En la mente del indio, una idea se plasma y es la inmortalidad del alma. A continuación- una de las plásticas contenidas en el libro VI del Libro de Florencia. jAy!,
tú has sido enviado aquí en la tierra Para nuestros antepasados, la calavera no es algo monstruoso o que produzca terror, debido a que para ellos es el símbolo de la vida, tal como Coatlicue, "la que devora todo", el símbolo de la tierra, la calavera, es alegórica de la inmortalidad de la vida, es un simbolismo lleno de esperanzas. "Solo
venimos a dormir, MalinalIi, es el duodécimo signo de los días, es el Símbolo de lo perecedero para los aztecas, como lo es en el mundo cristiano el esqueleto de la guadaña. Malinalli significa "Cosa torcida". El signo representa una calavera de la cual brota un haz de hierbas. En hierba de primavera venimos a convertirnos; llegar a reverdecer, ligan a abrir sus corolas nuestros corazones: Es una flor nuestro cuerpo: Da flores y se seca, se lee en un canto náhuatl. Pero Malinalli se consideraba, asimismo como un prototipo de la resurrección. Se
dice "que la hierba que reverdece anualmente" 9 (INDIANO
VOLCAN FAMOSO) Así
las cumbres más altas Así
el sol que te arrebola y
vosotros, entretanto, Del recuerdo infantil plagado de leyendas, donde terroríficas escenas advierten a los descarriados aún es tiempo de volver al buen camino, es por eso que los mexicanos tomamos a la calavera de diversas maneras, menos como algo macabro. El lenguaje que emplea el mexicano para referirse a la muerte, es variado y popular. Se le llama la "huesuda", "calavera", la "descarnada", la "sin dientes", la "pelada", "doña huesos", la "tilica", "doña esqueleto", el "fiambre", la "calaca", la "catrina pelona", y bueno, una serie de nombres para referirse a la muerte. Cuando alguien se muere, se le suele decir: "se lo llevó la pelona", "se lo llevó patas de cabra", "se lo llevó pifas", "entregó el equipo", "colgó los tenis", "estiró la pata", "mordió la raya", y bueno, indudablemente que el mexicano, siempre encuentra formas para referirse a la huesuda. Dada la igualdad que el pueblo establece entre el concepto "irse" y el de "morir", nada extraño tiene que cualquiera de las expresiones que se emplean coloquialmente en sustitución del verbo ir, puedan emplearse a veces con el significado de morir. En otros aspectos, como en el lírico, se hace alusión a la muerte en múltiples obras, destacándose el corrido mexicano: "La muerte de Leandro rivera", "la muerte de Juan Usua", "la tragedia de Jesús del Muro", "La muerte de Ramón Cabrera", "El corrido de la muerte", "del hijo desobediente", "Testamento y despedida", "Muerte de Alberto Balderas", "La muerte de Lino Zamora", "de Rosita Alvirez", "Los dos hermanos", "El desertor", "del fusilado Resalió Millán" "de Benjamín Argumedo", "Fusilamiento de Felipe Ángeles", y una innumerable fusión de valentía y muerte. Las calaveras, rimas compuestas a todos aquellos que ya se fueron, muestra también la forma que el pueblo mexicano tiene sobre la muerte, hay para políticos, para los artistas, para los prófugos, para el gobierno, para el valiente y hasta para el pulquero. Nadie se escapa de la muerte, nadie se escapa del cementerio. Es
la vida pasajera No
caben ya en el Panteón Las
otras son de Oficiales A
la vez los ayudantes Calaveras
todos son. Que
de pesar se murió Todo
charlatán pulquero El
vendedor de las peras y
aquellos que se murieron Ya
las inditas placeras En la novela mexicana, varios autores tocan el tema de la muerte en sus obras de una u otra forma, destacándose la grandiosa novela de Juan Rulfo "Pedro Páramo" muestra el drama del ser humano siempre a un paso de la muerte cuando no en la muerte misma entretejida en diferentes planos donde la imaginación oscila del realismo a la fantasía y del relato crudo a la desleída evocación. El escenario, una choza desaparecida y en épocas diferentes, aporta a vigorizar el deseo de leer esta novela, Se dan pormenores del mundo erigido en oscuras preferencias, descrito con eficacia y llevado por el ímpetu de la fatalidad. Año con año, el dos de noviembre se llevan a efecto festividades con innumerables representaciones de la muerte en distintos lugares de México, destacándose por su tradición y afluencia de visitantes las de Mixquic. "Salió Mexquique, el cual trajo por dios a Ouetzalcoatl". Mexquique es un lugar lleno de tradiciones, de atavismos con nuestro pasado prehispánico. La flor de cempasúchitl, el terciopelo, la paloma, el nardo, la nube y el pincel, son el adorno tradicional' en las lápidas de los panteones y que en Mixquic cada día de muertos no es la excepción. ¿A
dónde iré? La interrogante siempre viva, ¿a dónde iremos después del sueño de la vida? La idea de que ellos, los muertos, los descarnados, están en algún lugar lejos del mundo, de la tierra, en donde sólo se vive flor y canto, entonces regresan aquí a visitarnos, primero los niños después los adultos y debemos recibirlos con la ofrenda y la comida que en esta vida ellos preferían. El agua y la sal para la purificación del alma, el rodete círculo de la vida, la caña bastón de la muerte o huesos de los ancestros, la flor de cempasúchitl que es la flor de oro, el cirio luz eterna y el petate para descanso del largo viaje del alma, son los siete elementos. En la ofrenda que se ponía "desde antes de la conquista", "de antes que llegaran los españoles", esa es la verdadera ofrenda, nunca una cruz, nunca una imagen y desde luego el incienso, la quema de copal que espanta los malos espíritus, las malas vibraciones; que purifican el alma. Pero de la ofrenda no sólo es lo mágico, lo maravilloso, lo atractivo, también el sentido indicativo, la imaginación de quien la pone, la conjugación viva en la plasticidad de los colores, el humor negro que surge del ingenio artístico mexicano. En el lugar de Mixquic persiste la valoración y la búsqueda de la identidad a nuestra autoctonía que después del hispanismo fuimos olvidando tras la imposición de la religión del colono; después de todo no fue suficiente para apagar las manifestaciones artístico-religiosas del México antiguo. La fiesta en Mizquic debemos observarla como mucho más que una noche de brujas o como un centro turístico en el cual nos recreamos con noches de muertos, de nuestros muertos, Mexquique es el lugar del reencuentro. La danza prehispánica es otra manifestación cultural que se ha conservado de nuestro pueblo, que no pasa por desapercibida en este lugar, transmitida de generación en generación como forma de mantenerla viva, danzas cuyo origen es mítico-religioso y que la gente participante lleva arraigadas hasta que muere. CUADERNOS
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